Setenta años después, los judíos volvieron a la tierra santa, a Jerusalén, para reedificar la ciudad y el templo, reconstruir su vida como pueblo del Señor.
El pasado domingo 20 de octubre fue asesinado el sacerdote Marcelo Pérez Pérez, de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
+ Gustavo Rodríguez Vega, Arzobispo de Yucatán
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este trigésimo domingo del Tiempo Ordinario.
La primera lectura de hoy está tomada del profeta Jeremías. Resulta que el mismo profeta que les anunciaba el castigo del próximo destierro, años después de que su profecía se cumpliera, cuando los judíos fueron llevados a Babilonia, les anuncia ahora, que vendría luego el retorno. Regresará un pueblo de hombres y mujeres pobres, disminuidos, entre los que vendrá el ciego, el cojo, la mujer encinta y la que acaba de dar a luz; una multitud que viene llorando, pero que será consolada por su Señor. Esto es una figura de nuestra vida de destierro en “este valle de lágrimas”, como rezamos en la “Salve”, pues los cristianos somos un pueblo de creyentes que vamos de camino a la casa del Padre, nuestra patria eterna.
Esta profecía de Jeremías se cumplió efectivamente, cuando setenta años después, los judíos volvieron a la tierra santa, a Jerusalén, para reedificar la ciudad y el templo, reconstruir su vida como pueblo del Señor. También esa promesa se sigue cumpliendo, particularmente con las acciones mesiánicas de Cristo, el cual, en el evangelio de hoy, le devuelve la vista a un ciego de nacimiento, y éste, una vez recuperado, le sigue gozoso por el camino.
El ciego se encontraba sentado al borde del camino y luego termina siguiendo a Jesús, dando saltos de júbilo. Esta palabrita, “camino”, es una clave teológica pues significa la vida cristiana, la cual no puede consistir en estar establecidos fijamente.
Creer en Cristo implica no estar fijo en las propias ideas y costumbres, sino el dinamismo de quien va descubriendo, en el camino de seguimiento a Jesús, nuevos retos y desafíos de justicia y caridad. En pocas palabras, lo que Dios quiere de cada uno en tal o cual circunstancia, es el dinamismo de la fe que nos lleva a arrancarnos de donde estamos fijos y a arrojarnos en el mar de la voluntad de nuestro Señor.
Como dice nuestro dicho: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. El que quiera recibir la luz de Cristo, podrá ver la vida de un modo totalmente nuevo. Este ciego antes pedía limosna junto al camino; pongamos atención para no pasar la vida pidiendo limosna a la suerte, al destino o una persona de la que dependamos en cualquier forma. Seamos ricos en el amor de Cristo, un amor correspondido al cien por ciento, como nadie jamás nos va a corresponder; seamos libres, no deseando otra cosa que hacer la voluntad del Señor; tengamos paz, sabiendo ya con seguridad cuál es nuestro destino: la casa del Padre.
El ciego le gritaba a Jesús Nazareno diciendo: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” (Mc 10, 47). Lo cual significa una confesión de fe en que Jesús es el Mesías esperado, capaz de curarlo, tal como lo anunciaban las profecías. La gente reprendía al ciego porque le molestaban sus gritos. También nosotros podemos encontrar en la vida quien quiera acallar nuestra voz que clama buscando al Señor; por eso necesitamos perseverar como el ciego aquel y superar los deseos humanos que quieren frenar nuestra búsqueda. Que nada ni nadie nos detenga en el seguimiento de Cristo.
Jesús pide que llamen al ciego y algunos lo hacen. Tal vez tu tarea, si ya ves con la luz de Cristo, sea ir a llamar a otros para que vengan a su encuentro, y decirles a esos otros: “¡Ánimo! Levántate, porque él te llama” (Mc 10, 49). No queramos ocupar el lugar de Jesús, sino que, más bien, llevemos a nuestros hermanos hacia él.
Hay cosas que sólo a través del contacto con Dios se nos pueden brindar. Por eso es muy bueno que invitemos con entusiasmo y respeto a los que veamos alejados, para que vivan una experiencia de kerigma, es decir, un retiro espiritual que suele ser de dos o tres días, en el que casi la totalidad de la gente sale renovada y llena de gozo, como recién bautizada, dispuesta a vivir una vida nueva en relación al Señor, a su Iglesia, y claro, también en relación con la sociedad que le rodea.
En la Carta a los Hebreos que hemos venido escuchando los últimos domingos, hoy llegamos a su mensaje central, donde se afirma lo que es el sacerdocio de Cristo, y el de todos los llamados a este ministerio. Tengamos en cuenta que, como dice el texto: “Nadie puede apropiarse ese honor, sino sólo aquel que ha sido llamado por Dios” (Hb 5, 4). Por supuesto que se trata siempre de un honor que es inmerecido, aunque haya sacerdotes que vivan de una manera muy santa. Oremos por todos los sacerdotes de Yucatán, sean obispos o presbíteros, para que, con una vida auténticamente santa, correspondamos a este honor sacerdotal que tanto nos compromete, al grado de convertirse en la mayor responsabilidad ante Dios y ante su Iglesia.
Cristo ofreció un solo sacrificio, el de su muerte en la cruz, y con él nos abrió a todos las puertas de los cielos, aunque parece que hay tantos que se obstinan en no entrar por esas puertas. Su sacerdocio es eterno, porque constantemente intercede por nosotros ante su Padre celestial por los méritos de su sangre derramada. En el cielo, él intercede de este modo, mientras que todos los sacerdotes en la tierra continuamos ofreciendo su único sacrificio en la santa misa. Ojalá que todos los bautizados comprendamos el valor de cada Eucaristía, para que nunca nos perdamos culpablemente la celebración dominical. Santifiquémonos participando devotamente de todas las misas a las que podamos asistir, aún entre semana.
El pasado domingo 20 de octubre fue asesinado el sacerdote Marcelo Pérez Pérez, de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. El padre acababa de celebrar la misa de las 6:30 de la mañana. Él era tzotzil de nacimiento, siendo en su ministerio un valiente defensor de la paz, del respeto a los derechos humanos y a la ecología integral. Vemos en este crimen cómo se ha desbordado la violencia en Chiapas al igual que en varios estados de México. Ojalá que los asesinos materiales e intelectuales tuvieran un encuentro personal con el Señor Jesús, para que se convirtieran y cambiaran de vida; ese es el deseo más cristiano. Ojalá que la sangre del padre Marcelo, derramada como la de Cristo, al igual que la de todos los mártires, sea semilla de buenos cristianos, constructores de la paz y de la justicia, custodios de nuestra Casa Común.
Estamos en el Año Jubilar rumbo a los 350 años de las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque. Con este motivo, el Santo Padre, el Papa Francisco, nos regaló el pasado jueves 24 de octubre una nueva Encíclica llamada “Dilexit nos”, que se traduce como “Nos amó”. En ella el Papa comienza por darnos el sentido filosófico y teológico de lo que significa la palabra “corazón”, tanto para comprender el corazón del hombre, como el corazón de Cristo, divino y humano.
Dice el Papa: “Para expresar el amor de Jesucristo suele usarse el símbolo del corazón. Algunos se preguntan si hoy tiene un significado válido. Pero cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón” (n. 2). Les invito a leer y meditar esta maravillosa Encíclica.
Tengamos presente a nuestro Seminario, hoy domingo en que realiza su tradicional kermés. Apoyemos a esta casa de formación, además de las ventas de comida, los juegos acostumbrados y otras tantas cosas, participando en la capilla donde se estará celebrando cada hora la santa misa, desde las 9:00 hasta las 13:00 hrs.
Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
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