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HOMILIA “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”

Luchar por jerarquías, es decir, por establecer quién es el más importante, es una actitud que destruye la unidad de los grupos humanos.  

+ Gustavo Rodríguez Vega, Arzobispo de Yucatán

En el santo evangelio de hoy según san Marcos, Jesús va caminando con sus discípulos y no quiere que nadie sepa que va atravesando Galilea, pues ese tiempo es exclusivo para ellos. A veces es necesario esconderse un poco para estar a solas con la gente a la que debemos dar tiempo exclusivo en ciertos momentos: en ocasiones es tu pareja, si estás casado, quien necesita que le brindes tu tiempo; en ocasiones son tus hijos o uno de ellos en particular, quizá toda tu familia; en ocasiones es un amigo u otra persona que necesita que le hagas un espacio de tiempo.

Para dar tiempo es necesario hacer el trabajo a un lado, apagar el celular o lo que sea, con tal de poner toda nuestra atención a esas personas tan especiales que nos necesitan. Nos negamos a unos para dedicarnos a quien debemos atender.

Jesús quiere darles una noticia muy especial y les anuncia por segunda vez su pasión, muerte y resurrección. Ellos no entienden y tienen miedo de pedir explicaciones, tal vez ni siquiera querían entender. Para una buena comunicación entre nosotros es indispensable pedir explicaciones de lo que no nos queda muy claro e interesarnos de veras por entender a fondo lo que la otra persona nos quiere comunicar.

Cuando al llegar a casa les preguntó Jesús a sus discípulos, de qué tema venían discutiendo en el camino, ellos se quedaron callados pues les daba pena confesarle que venían discutiendo sobre quién de ellos era el más importante. Cuántas veces cuando alguien nos quiere comunicar algo, no le entendemos porque traemos el tema que a nosotros sí nos interesa en verdad. En el caso de los apóstoles traían el tema totalmente opuesto al de Jesús, pues mientras que él les anunciaba pasión y muerte, ellos discutían sobre jerarquías.

Luchar por jerarquías, es decir, por establecer quién es el más importante, es una actitud que destruye la unidad de los grupos humanos. En el período electoral, estas luchas por jerarquías políticas fueron como siempre un tanto disimuladas, aunque con un poco de atención podemos ver con claridad estos enfrentamientos.

Para establecer la superioridad, no se trata necesariamente de discutir, sino simplemente de tomar actitudes de prepotencia para hacerle saber a los demás que somos superiores a ellos. A los que son jefes en una empresa u oficina, les iría mejor con sus empleados y subalternos, si los trataran con respeto en lugar de hacerlo con despotismo.

En muchas empresas, los patrones han podido comprobar que incluso obtienen mejor rendimiento de sus trabajadores tratándolos de acuerdo con su dignidad de personas. Con un trato humano y educado los empleados trabajan con más gusto y empeño, redundando incluso en beneficio para la empresa.

No hay mejor política en un grupo humano que la del respeto a la persona, creando así un ambiente de cordialidad y amistad entre todos. Si esto debe suceder en las empresas, lo mismo podemos decir de otros espacios humanos como la escuela, y no se diga la Iglesia, pero sobre todo, en la familia.

Jesús no se enfada ni se desespera con sus discípulos, pues es su Maestro y los está formando. Él aprovecha para darles una lección que deben aprender y que desde entonces todos sus discípulos debemos tener en la mente, en el corazón y en nuestras obras. Al respecto les dice: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos” (Mc 9, 35). Este principio que debe prevalecer en la Iglesia entre obispos, entre sacerdotes, entre religiosas, entre seminaristas y grupos de laicos, hay que llevarlo también a la familia, aunque no todos acudan a la Iglesia; hay que llevarlo a los espacios laborales, escolares, de amistad y de toda convivencia humana. Hasta a los no creyentes en Dios les conviene poner en práctica este principio de vida, que les dará más paz interior, satisfacción y que les ayudará a crear mejores ambientes humanos.

Todos los seres humanos necesitamos y gozamos cuando encontramos quien nos muestre ternura, pero nadie la necesita tanto como los niños. Aún los niños que se están gestando en el vientre materno, ya gozan de la ternura que se les expresa, o por el contrario, sufren el rechazo que se les manifiesta. Esta ternura hacia los niños hemos de inspirarla en Jesús, que nos enseña a ser tiernos con ellos.

El evangelio de hoy continúa diciendo que Jesús después tomó a un niño, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe” (Mc 9, 37). Podría hablar de la violencia que viven muchos niños hoy en día en su propia casa; de la violencia que viven tantos otros a causa de la pobreza; de la violencia que miles y miles viven en países en guerra; así como de la violencia que experimentan los niños migrantes; la violencia de la trata de personas; la violencia del tráfico de órganos. Muchos pequeños, hoy como en todos los tiempos, son tratados con la violencia máxima de la muerte, en el mismo vientre materno, para no recibirlos y abrazarlos en la vida.

Las asechanzas que sufrió, Jesús, su pasión, muerte y resurrección, fueron profetizadas en pasajes del Antiguo Testamento, tal como el que escuchamos hoy del libro de la Sabiduría en la primera lectura. Las palabras de la profecía se cumplen en toda persona buena que sufre injustamente. Si nos toca sufrir asechanzas, sean bienvenidas, pero en cambio, Dios nos libre de asechar y causar sufrimiento a otros hermanos.

Continuamos en la segunda lectura con la Carta del Apóstol Santiago, que hoy también podemos relacionar con el Evangelio, por el tema de la discusión que traían los Apóstoles, sobre quién de ellos era el más importante. La lectura dice: “Donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas” (Sant 3, 16). Es muy triste que durante el proceso electoral en México haya asesinado a tantos candidatos y políticos. ¿De dónde o por qué hubo estos asesinatos? Santiago nos dice: “Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando” (Sant 4, 2).

Sentir envidia es algo muy humano, pero al inicio, la envidia es tan sólo es una chispa que podemos apagar con mucha facilidad. No dejemos crecer ese sentimiento inconveniente en nuestro corazón, porque ya sabemos hasta dónde podríamos llegar si le damos cabida a este desorden en nuestro corazón. Más bien pensemos que un sentimiento inicial de envidia, es la gran oportunidad de vencer la tentación y transformarla en humilde servicio a la unidad interpersonal, así como al triunfo del amor.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

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Redaccion

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